Se considera que para el año 1991, la economía regional de América Latina experimentó un incremento en su producto interno bruto (PIB) de un 30 por ciento se afirma que dicho crecimiento fue generalizado, aunque no homogéneo, pero sufiente para que, por primera vez desde 1987, se alcanzara un aumento en el producto por habitante. A su vez se logró que la inflación retrocediera en forma notable anulándose prácticamente los procesos hiperinflacionarios. Todos estos cambios económicos positivos para la economía de la región se dieron en un entorno de desaceleración de la demanda externa que abatió el crecimiento de las exportaciones y deterioró la relación de los precios de intercambio, en donde América Latina, tradicional exportadora en su mayoría de materias primas, veía cómo sus productos cada vez valían menos en el mercado internacional, mientras los precios de los diferentes productos que debía consumir eran cada vez más altos. Por otra parte, las tasas de interés a nivel internacional experimentaron una caída notable, lo cual contribuyó a aligerar el gran peso de la deuda externa. A este panorama se debe agregar que los buenos rendimientos en la región atrajeron un monto considerable de capitales, por primera vez en un período de diez años durante el cual la situación se había tornado negativa e insoportable para las diferentes economías latinoamericanas. América Latina y el Caribe tuvieron una transferencia positiva de recursos financieros que permitió ampliar la capacidad de importación y atender de esta forma las necesidades de crecimiento. Se considera que en el año 1991 comenzó a desvanecerse el sombrío panorama de estancamiento, de recesiones e inflaciones en la gran mayoría de los países de la región, si bien subsisten signos contradictorios y la recuperación no es totalmente sólida en muchos de los países de la región. OB/ALJ