Con el inicio de los procesos de descolonización en la postguerra emergió como categoría política y social una nueva entidad denominada Tercer Mundo y, a la par y conjuntamente con ella, un nuevo discurso: considerar dicha entidad como retrasada y subdesarrollada y, por consiguiente, se dictaminaba la necesidad indiscutible de dirigirla hacia el progreso y la modernización. El autor insiste en el papel de privilegio de la cultura en la experiencia imperial moderna, atendiendo a la idea de que las formas de dominación no constituyen un mero acto de acumulación o de sometimiento, sino que están impelidas y reciben apoyo de formaciones ideológicas, de discursos que concluyen que ciertos territorios y personas requieren ser dominados y necesitan de nuestra intervención, y que el desarrollo tan sólo les puede llegar a través de nuestra mediación, a través de la imposición de nuestros modelos