Analizando la situación de los derechos humanos en Centroamérica durante la década de 1980, se puede indicar sin temor que faltó mucho por hacer. Si bien es cierto se dio un avance hacia una transición democrática, con apertura de nuevos espacios políticos, diálogos entre grupos que se enfrentan, entre los mismos gobernantes, son señales alentadoras. Pero se debe tener claro que la tortura, la ejecución extrajudicial y las desapariciones continúan presentes en las diferentes sociedades centroamericanas y son hechos que deben de eliminarse, desaparecer en una región que lucha por la integración y que avanza hacia un proceso democratizador. Por otra parte se ha dado un profundo deterioro de los programas sociales y la situación de crisis que viven la mayoría de los partidos políticos es una situación preocupante, la persecución que sufren miembros de organismos de defensa de los derechos humanos, el problema de los refugiados y los desplazados y aquellos que han decidido regresar a sus respectivos países pasan por una dura reinserción. Todos estos hechos ponen en entredicho la fortaleza de las instituciones democráticas y sobre todo la capacidad de las mismas para resolver los conflictos. A pesar de todo ello la región debe de avanzar hacia el respeto de los derechos humanos, para ello la defensa activa es fundamental, pero debe preparse el camino para una nueva mentalidad. Es necesario sustituir la cultura de la violencia por un espacio para el diálogo, se debe fomentar los valores democráticos, esto para que al momento de evaluar la década de 1990, se tenga una visión esperanzadora de cara al siglo XXI. OB/LOB